Ya nos hallamos en ese mundo del que
Georges Orwell afirmaba que la población
piensa a través de la “neolengua” del poder.
El estado llamado de “bienestar” está
siendo sustituido por un estado feudal o más bien con trazas claras de un nuevo
fascismo; en el que ni la persona, ni la
dignidad, ni la igualdad, ni la libertad, ni la fraternidad, ni, por su puesto,
ningún derecho social o laboral, ni causa noble alguna, tienen cabida, si acaso
se la falsea o utiliza en beneficio de
ese fin último; “el pelotazo”. Y todo ello a manos de un pensamiento único, de
carácter puramente economicista que es el neoliberalismo exacerbado que constituye otra perversión de la razón super
ilustrada y manipulada.
Es
decir, el neoliberalismo proclama la libertad absoluta del mercado asegurando
que el propio mercado se autorregula y elimina las injusticias, cosa nada más
lejana de la realidad.
Pero el significado y consecuencia
inmediata de lo antedicho es que el ciudadano deja de ser libre para convertirse en esclavo,
en vasallo sin causa, ni protección del nuevo poder que alimenta al mercado financiero
y capitalista. Se observa que esto ha
producido una transformación de la persona, forzada a un comportamiento animal
de subsistencia, muy inferior al estado vasallático, como si se encontrara en
una “jungla global”.
La dignidad
se disuelve en la necesidad del precariado de aceptar las condiciones laborales
miserables. Y el trabajador ya no es persona porque no es un fin para sí mismo,
sino para el mercado. Se convierte en un ínfimo instrumento de la ambición que
generan la rapacidad de la bolsa y los mercados financieros; el canibalismo
monstruoso que alimenta ese casino del poder.
El neoliberalismo ha succionado la
política. La política se ha convertido en sierva, bien pagada, de la economía.
Y los políticos son los grandes farsantes que representan el teatro de la
democracia. Al servicio, no del pueblo,
al que teóricamente representan, sino de ese poder económico depravado, que los
alimenta inmoral y dadivosamente.
El hombre que produce el capitalismo es
insolidario, pero, fundamentalmente, es un ser con miedo. Primero se le ha
generado una conciencia individualista que no es capaz de pensar en el otro,
después se le obliga a una competencia férrea y finalmente se le amenaza con la
pérdida del trabajo, su única forma de subsistencia, su único valor, puesto que
ha sido reducido de persona a mercancía. Se le obliga a subsistir en la “jungla
global”, a luchar con sus congeneres, a convertirse en un ser antropófago. Es
decir finalmente entre políticos y economistas acaban de inventar el verbo “suicidarte”,
en clara contraposición de suicidarme; me suicidan ellos si no soy capaz de salir adelante en mi lucha
de gladiador del mercado. Y hay que entender claramente que esto es algo
imperativo que claramente fundamenta su mensaje: Yo me hago más y más rico y tú
esclavo, si no puedes subsistir suicídate pero no me salpiques. De esta manera
refrescan su conciencia ya que no te gasean, ni te fusilan.
Afortunadamente el propio sistema
informático de comunicación entre personas, que mantienen su libertad, al menos
de pensamiento, comienza a descabalgar a estos monstruos corruptos del
neoliberalismo exacerbado y se abre un nuevo mundo de esperanza al servicio de
la justicia añorada… Y de la ecología.
Julio Viñuela del Collado